Me refirió un amigo que el día lunes se produjeron en el país tres eventos de extraordinarias dimensiones que como información no tuvieron la merecida connotación. Muy cierto. Uno solo de esos logros debió acaparar las primeras páginas de los diarios del planeta y ni siquiera obtuvo la relevancia necesaria en los medios escritos nacionales. La razón es sencilla y no debe buscarse en recovecos oposicionistas. Se trata de la selección de periodistas que acompañan al Presidente o a los altos funcionarios a los actos importantes del Gobierno nacional. Hay cabida sólo para periodistas de VTV y los demás que se “peguen” a esta señal. Luego algún comunicador sin las necesarias horas de vuelo envía boletines a los periódicos que les brindan pésima jerarquía en represalia por el tratamiento discriminatorio. Dos errores.
Un sabio estratega dijo que al amigo hay que tenerlo cerca, pero al enemigo mucho más cerca. Los medios de comunicación no deben ser afectos ni adversarios. Esa no es su misión. La idea es que sirvan de vehículo para que el ciudadano reciba información veraz y oportuna. Y la veracidad se comprueba preferiblemente en el lugar de los acontecimientos. El lunes el Gobierno soltó las amarras de la plataforma marina más grande que se haya construido en Latinoamérica y en todo el tercer mundo. Un acontecimiento que debió hacer vibrar el espíritu venezolano. Confieso que cuando miré las gráficas, en una mínima pantalla telefónica, sentí la emoción de haber nacido aquí. De saber que en mi país pueden hacerse cosas tan complejas como esta plataforma. 
Que nuestros ingenieros, ajenos al devenir de la política beligerante, son capaces de retar a la naturaleza y producir artilugios reservados al primer mundo. Igual nos emocionó conocer que la producción petrolera colombiana escaló más del 300 % impulsada por técnicos venezolanos. Que los mejores especialistas en diversas aplicaciones médicas de España son hijos de este país. Y que los mejores sluggers de las Grandes Ligas son de este patio. Pero lamentablemente, la política más anacrónica es también venezolana. Le hace falta sangre nueva y savia joven.
Tomado de la mesa del periodista Josá Ángel Borrego
