Leandro Area: Caricatura de roberto weil©
¡Cómo le encanta un corral a este
gobierno! Desde que comenzaron a mandar no han hecho sino eso: acorralar,
corromper, impartir órdenes cual si viviéramos en un cuartel.
Cómo le gusta pues imponer
empalizadas, obstruir el tránsito, fastidiar a la gente, insultar. ¡Qué no se
mueva nadie. Cédula y contra la pared! Le tiene miedo al movimiento. Proclive a
la lentitud, a la realidad en cámara
lenta o retroceso, sigue los pasos hasta de sombras.
Le fascina además uniformar, el
pensamiento único, que la gente cargue su carnet, su cachucha con el membrete
del minpopó donde labura. Le arroba asimismo calcar la huella dactilar para
perseguirnos como ganado que lleva un cencerro, pues así se podrá conocer su
paradero para vigilarlo, imputarlo, castigarlo por fin si transgrede las leyes
del corral.
Especial atención ha puesto por
demás en desorientar, refundar mientan, truqueando iconos patrios, el nombre de
la república, los símbolos monetarios y otros menos perecederos, husos horarios
y demás membrecías sudadas y ganadas a lo largo del tiempo.
Es proclive, el gobierno decía, a
las murallas chimbas, al bloqueo. “¿Hacia dónde se dirige usted ciudadano?”,
que es para lo único que les suena y sirve el sustantivo éste que el
funcionario usa para inculparte ya de una posible transgresión. Ciudadano es
pues y de por sí sinónimo de sospecha.
A tal efecto, es amante, el que
manda hoy aquí, del derroche en salas situacionales y demás adminículos
persecutorios que compra a precio de negocio inauditable por razones de Estado
y corrupción. Por allí se recuerdan aún aquellos zepelines con los que el
burgomaestre mayor aquél se inflaba más aún al ofrecer seguridad en las
ciudades como si los pillos y demás alimañas circundantes no fueran sus mejores
aliados. ¡La dialéctica, camarada, la dialéctica de las contradicciones!
Y para montar todo este entarimado,
complejo si se quiere, aprendimos rápido y de lo lindo si te pones a ver. Cómo
si no con maestros tan fulleros como los que nos gastamos. Porque eso de que a
las sociedades hay que domeñarlas y convertirlas en puré de rebaño de ovejas
mansas, no es concha de ajo. Hay que hacer un largo curso, al menos intensivo y
on-line de maldad y desprecio por gusto, despecho, venganza, revanchismo o
resentimiento, de resentido digo.
Y es por todo ello que a cualquier
oxígeno se opone: a la educación, a la cultura y a la ciencia, porque sabe que
allí reside el germen del peor de los males que lo agobian, que es el de la
libertad ajena, su derrota. Le hipnotiza más bien el pomposo cabalgar de los
héroes, militares sea dicho, aunque deje pasar con alas afeitadas y domados a
algunos civiles estrellados que no entonan ni un “ñé” frente a sus tropelías y
desmanes.
Mas ahora, que se siente tan cerca
del abismo le ha dado, cómo no, por pasar a una nueva etapa y “superior” de su
calle ciega, que es la de repartir persecución y acoso cual si de cesta tickets
se tratara, en un balanceo pendular y matemático, predecible, que administra
según anden sus energías y defectos. O sea que a más errático, débil e incapaz,
más corralero, fanático de las sardinas enlatadas en todas sus presentaciones.
Y aunque usted no lo crea, hay
gente a la que le gusta ese pío pío de andar en recua llamando a la mamá
gallina, que así se le hace la vida más fácil sin tener que pensar, hacer,
trabajar de verdad, crecer, equivocarse. Poseen estos congéneres vocación de
fila india, cola electro-domesticada, eso sí y por si acaso con una brazada de
por medio, que puede ser de placer o de miedo, que en el fondo viene a medir lo
mismo, es decir, kilómetros de humillación consentida y pagada a cambio de
dólar baratario convertido en ganga con su ñapa incluida, por ejemplo.
Lo que da es pena o risa o ganas de
llorar, porque vergüenza, ese sentimiento de culpa que pudiera llevar hasta el
suicidio, posee una connotación de honor y señorío más bien aplicable a otros
lares en donde hasta el Harakiri llegan. Pero como ninguna sociedad se suicida
a sí misma, al decir del Marx siempre barbudo, en esta indigestión nombrada en
tono de zarzuela “La pequeña Venecia”, hemos preferido en cambio asumir nuestro
destino siguiendo aquella frase magistral y propiciatoria de “como vaya
viniendo vamos viendo”.
Y todo sigue pasando, y llega como
en un paréntesis embustero un diciembre otra vez, sin olor a la pintura fresca
de otros tiempos porque no se consigue; sin tampoco sabor a la eterna matrona,
doña hallaca, que está muy cara y escasa de condimentos, encurtidos y pabilos.
Y para completar, sin tan siquiera ya tucusito tucusito llévame a cortar las
flores, porque los próceres dicen en gaceta oficial que lo han enjaulado por si
acaso. Debe ser que están muy preocupados con los apremios dolarescos de estos
tiempos y tienen que andar “mosca” para que no se les alebresten más aún las
bestias del rebaño que están a punto de corear “hasta nunca comandante”.
De ocurrir esto así, no habría que
perder la oportunidad de hacerlos pasar por el juicio de la historia y de los
tribunales, ¿cuáles?, ya que si no lo hiciéramos, habría sido en balde toda
esta lección de chiquero en que han convertido al país al que administran como
el corral propicio de su herencia galáctica.
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