El alcalde de Sotillo promedia 8 % de aceptación a su “obra” de gobierno. Alguien pensará que es muy bajo pero a la luz de su gestión nos asombra que todavía sus registros no horaden el subsuelo. Stalin Fuentes no ha hecho nada. No hay una sola acción atribuible a su mandato que podamos aplaudir. Nada. Quiso emular a su antecesor y enarboló una mandarria para tumbar la vieja construcción de Video Yamín en el Paseo Colón. El amigo Jorge, propietario del terreno, le quedó muy agradecido por habérselo saneado tan eficientemente a costa del erario municipal. El proyecto para el mismo terreno le fue aprobado por Planeamiento Urbano en menos que canta un gallo. Nos debería agradar porque podría sugerir agilidad procesal en el municipio.
Pero sabemos que no se trata de eso. (Una instrucción directa de Stalin) ¿Otras diligencias? El alcalde ha cerrado tres veces las taquillas de Conferry en perjuicio de miles de personas que no tienen como dirigirse a las oficinas de esta naviera ubicadas ahora en otro municipio, previsión tomada de manera inteligente por Rodolfo Tovar. En esas cortas actuaciones puede resumirse absolutamente toda la gestión política y administrativa del alcalde Stalin Fuentes. ¿Entiende el lector por qué nos asombra que todavía ostente 8 %? Ñooo..! Y ante esa realidad inocultable Fuentes busca reflotar su imagen para repetir como candidato del PSUV, lo que resultaría una proeza porque no suma ni un solo voto en la estructura direccional del partido.
Sólo él por razones estatutarias. De lo contrario tampoco estaría. Y ese “salvavidas” que busca Stalin cree haberlo encontrado en los bingos. En lugar de abogar por reabrirlos hace demagogia con los trabajadores cesantes. Pretende que las empresas cerradas por orden de su gobierno prosigan pagando sueldos y salarios. Stalin que no le paga a nadie se erige en “cruzado” de los trabajadores de los bingos cerrados por la torpeza de su alcaldía, entre otros factores. Un alcalde con mayor peso habría evitado esa hecatombe. ¿Pero quién le para un céntimo a Stalin? Eso lo sabe cada uno de los trabajadores echados a la calle por Stalin y su gobierno.
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