En el mismo momento en que se produjo
la escisión comentamos que habría no pocas deserciones del bando gatuno del
gobernador de Monagas. Eso es lógico especialmente dentro del clima amorfo que
rige las emociones del PSUV y alrededor del Caudillo. Pensamos incluso que de
los once alcaldes afectos a Briceño al menos cinco marcarían distancia, pero
jamás incluimos en esa nómina al jefe municipal de Maturín, primero porque él
mismo se declaró hijo político de El Gato y su más leal feligrés. Y luego, por
la razón más evidente: en la capital monaguense se comenta que el alcalde de
Maturín es “más inútil que cenicero en
moto”.
Que dicho señor llegó a esa posición de manera inmerecida solo por
ser protegido del actual mandatario regional monaguense. Que jamás esa ciudad
había tenido peor jerarca que el hoy desertor y abjurante que ahora busca
cobijo bajo la sombra de Diosdado sin comprender (¡cómo lo haría..!) que
Diosdado no perdona y que su anterior dossier jamás será excluido del registro
de impíos del presidente de la AN
y menos bendecido para una repetición en tan inmerecido podio, a menos que se
percate el partido oficial de la imposibilidad de reeditar el éxito en esa
alcaldía. Otros desertores podrían no merecer comentarios adicionales, pero
este señor alcalde convoca a disímiles reflexiones por su obtusidad. No es
difícil imaginar que alguien del bando opuesto le dibujó pajaritos en su poco
centrado cerebro y que hubo un intercambio crematístico para compensar la
elocuencia derramada por el desertor justificando su tropelía.
Desde luego, a
sabiendas el mercader actuante de la mediocridad ambulatoria de su víctima. No
se trata de Judas, porque el personaje de Iscariote tuvo un tanto de envidia
ante la preeminencia de Jesús y luego una conciencia desesperada que lo impulsó
a cerrar el dogal en su cuello para expiar tamaña aberración. Este alcalde no
llega a tanto, apenas podemos ubicarlo en el pedestal de lo aciago. En ejemplo
vivo de lo que traduce el ejercicio de la chapucería política. Y en la mortaja
perruna de un momento histórico del estado Monagas donde el pequeño David (El
Gato) tuvo la osadía de retar al Gran Goliat y hasta de ocasionarle profundos
traumas.
Tomado dela mesa de redacciòn del periodísta Josè ángel Borrego.
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