Leandro Area.- Con un régimen así de anacrónico,
que dura ya 15 años, todos los días sorprendido “in fraganti” en tropelías,
desmanes y escándalos sin que nada ocurra mientras todo esto pasa; que se
amuralla en la impunidad que le otorgan los poderes impúblicos; que posee
un expediente mafioso en conteo de votos
y manejo de la res publica concebida en traducción equivocada a su favor como
carne ofrecida a la parrilla, y que
administra la escasez de los demás justificándola en una
supuesta, otra vez, guerra económica, qué se puede esperar. Súmese a ello la inconclusa y pendiente nacionalidad del
que dice llamarse Presidente Constitucional de la República Bolivariana de
Venezuela y encontraremos un panorama
desolador.
Sumado a lo anterior encontramos
la actividad hamponil que se ha
convertido en el pan y plan nuestro y maestro de cada día, sea por el éxito
malandro que se ve apenas reflejado en
muerte y desolación en la prensa que queda y que está en vías de extinción o
bien por el semblante que se enseña en el rostro de todo aquel que sigue vivo y
que debe enfrentar la penuria de existir secuestrado por una realidad impuesta.
Pero el asunto va más allá. El concubinato legitimado entre poder político,
hampa común, poder judicial, policía, fuerzas armadas y demás, no es misterio
ni secreto a voces. Es un plan convertido en acción permanente.
Toda esta lumpen realidad se
recuesta, cobra fuerza y brío, en un discurso violento, sostenido, público y
notorio, desde todos los púlpitos del poder, en una sociedad empobrecida, ensombrecida,
embrutecida, menesterosa, desorientada y cada día más bloqueada. El “boqueo” es
el pan nuestro de cada día y así lo es en todas las manifestaciones de nuestra
vida: desde la biológica y elemental
hasta la espiritual y quizás más
compleja, pasando por todos y cada uno de los eslabones intermedios que
pudiéramos sintetizar en la expresión de “vida cotidiana”
Vivimos pues “boqueando” y de
paso corrompiéndonos por las condiciones impuestas por y desde el poder que nos
obligan a vivir como “lateros”,
“balseros”, “abasteros” mejor dicho, que al estar “pelando¨ por lo que buscamos
y no encontramos, tenemos que andar en gerundio, ladrando, mamando, haciendo
cola, bajándonos de la mula, haciéndonos los bolsas o locos, llevándonos de
caleta algo, caribeando o de chupa medias, pagando peaje, tracaleando,
empujándonos los unos contra los otros, en suma, degradándonos,
envileciéndonos, para satisfacer nuestras necesidades básicas de consumo. Es
asfixia gradual y calculada, material y moral. Desde el papel toilette hasta la
honestidad. ¡Pero tenemos Patria! Falta el orgullo, la dignidad, el respeto, el
amor a uno mismo.
ll
Esto se explica en gran medida
por el talante invasivo del Estado venezolano en cada una de las esferas de
nuestras humildes y humilladas existencias. En el fondo el Estado Invasor
padece de excesiva inseguridad que intenta remediar con su avidez por el inmovilismo individual y
colectivo. ¡Que nadie se mueva, todos contra la pared que esto es, aunque no
parezca, un atraco! Esa codicia, que tiene un plan, antes y ante el fracaso en
la implantación del “Estado Comunal”, ha encontrado aplicación a través del
“Estado Misional”, compuesto por las “Misiones Bolivarianas” o “Misiones
Cristo”, que nadie nombra porque no existe formalmente y que en el caso
venezolano goza de todos los recursos y privilegios a través de la fuente
inagotable del petróleo. Un barco fantasma y corrompido
.
En principio le denominación
“Estado Misional” es propia del Derecho de Indias y tiene su principal razón y
aplicación en la evangelización, pero la utilizamos aquí por la existencia y
significación de múltiples y variados tipos de “Misiones” como actores
colectivos no formales de política pública que manejan un oscuro e inmenso mar
de recursos. Sin pretender ser exhaustivos, nombremos algunas de ellas: Misión
Robinson, Ribas, Sucre, Barrio Adentro, Bolívar 2000, Hábitat, Gran Misión
Vivienda Venezuela, Mercal, Guaicaipuro, Identidad, Agro Venezuela, Amor Mayor,
A toda Vida, Canaima, Barrio Adentro Deportivo, Cultura Corazón Adentro, Alma
Máter, Asfalto, Niño Jesús, Madres del Barrio, Niños y Niñas del Barrio,
Alimentación. Milagro, Sonrisa, Ciencia, Música, José Gregorio Hernández,
Árbol, Revolución Energética, Trece de Abril, Negra Hipólita, Vuelvan Caras, Zamora,
Villanueva, Ché Guevara, Amor Mayor, Saber y Trabajo, Eficiencia o Nada,
Nevado, etcétera, etcétera.
Por Estado Misional, espécimen no
incluido aún en las tipologías de la Ciencia Política, entendemos aquí aquel
Estado que haciendo uso de sus recursos materiales y simbólicos le
impone, por fuerza u operación de compra-venta o combinación de ambas a la
sociedad, un esquema de disminución, de minusvalía consentida, en sus
capacidades y potencialidades de crecimiento
a cambio de sumisión. Se lanza sobre ella también amparado en la institucionalidad cómplice. Se encarama
sobre ella en su ayer, hoy y mañana, amaestrándola con la dieta diaria cuyo
menú depende del gusto del gobernante. Confisca, privatiza, invade, expropia,
conculca, controla, asfixia, acoquina hasta decir basta, poniendo en
evidencia lo frágil del concepto de propiedad privada creando así miedo,
emigración, desinversión, fuga de capitales. Y aunque usted no lo crea esas son
metas o simples desplantes o locura u
obscura necesidad de auto bloqueo como forma de amurallarse para obtener
inmunidad e impunidad para sus tropelías, frente a la mirada de una época que no los reconoce sino como
entes del pasado, objeto de museo o de laboratorio, insectos atrapados en el
ámbar del tiempo; fracaso, derrota.
Es además producto de un plan por acabar con
la Democracia, de la que no queda, hoy por hoy, sino un barniz electoral, una
escasa película, e implantar un sistema comunista que, con la indicación y
planificación cubana, pueda irradiarse por centro, sur américa y el caribe. Ese
es el plan, ya viejo por lo demás; lo otro es coyuntura, trampa o estratagema.
Pero además de ello reemplaza, sustituye, borra al Estado formal que todos
suponemos existe. El Estado real no es el que parece sino el que no es. El que
dicta pero que no escribe, el que ordena firmar los cheques pero no deja
rastros, aunque la verdad sea dicha ya se soltó las mechas y le importa un
comino el juicio de la historia porque la historia no absuelve sino que absorbe
y a esa gente qué le importa el olvido o la vergüenza. Es una dictadura, ya
casi en su totalidad desvestida de todo camisón democrático, tropicaloíde y
zamarra, que da gusto a algunos cagatintas frustrados del viejo continente tan
extraviados ya de todo contenido, y no se diga por aquí en estos confines tan
llenos de viajeros revolucionarios frecuentes instalados en primera clase.
El consumo por su parte, en un país que no produce nada,
viene determinado por la oferta restringida de quien monopoliza, petroliza, en
todos los sentidos, los productos
de la cesta de las mercancías de
consumo social entre los que destacan el
trabajo, la salud, la educación, la vivienda, etc. Populismo, demagogia,
asistencialismo, plebeyismo, “peronismo”, cultura de la sumisión, degradación de
la civilidad, desesperanza aprehendida, envilecimiento, etc., son expresiones,
realidades, cercanas a la idea del Estado Misional. Persigue destruir al Estado
burgués, extinguirlo, creando uno nuevo en consonancia con el modelaje
comunista de larga y sangrienta trayectoria teórica y de fracaso reiterado.
Marxismo de libreto acompasado a los nuevos tiempos y circunstancias de salón.
La forma es importante aunque nada tenga que ver con el fondo.
El Estado Misional es un tipo de
Estado socialista, nada que ver con el Social de Derecho, en paralelo, ni
siquiera parásito, aunque viviendo entreverado al formal con la intención de
acabarlo o mejor, de extinguirlo. El gobierno crea “Misiones” a su antojo que
son estructuras burocráticas y funcionales “sui generis” y permanentes, con un
control jurisdiccional inexistente y que actúa con base a los intereses de
dominio. Además si el gobernante se encuentra por encima del bien y del mal,
como es el caso venezolano, nadie es capaz de controlar sus veleidades y apetitos.
En ese sentido el Estado es un apéndice del gobernante que es el repartidor
interesado de los bienes de toda la sociedad y que invierte a su gusto, entre
otras bagatelas, en compra de conciencias y voluntades de acólitos y novicios
aspirantes. Por su naturaleza, todo Estado Misional es un Estado Depredador sin
comillas. Vive de la pobreza, la estimula, la paga, organiza, la convierte en
ejercito informal y también paralelo. El gobierno y su partido los tiene
censados, chequeados, uniformados de banderas, consignas y miedos. Localizados,
inscritos, con carnet, lo que quiere decir que fotografiados, listos para la
dádiva, la culpa, castigos y perdones.
Hay otra característica del
Estado Misional no menos importante y es la de que al sentirse dueños de la verdad,
poseedores del fuego originario, desarrollan una actividad de expansión del
modelo de creencias y valores que conformando actitudes desencadenen en
comportamientos. Adopta entonces la forma de Estado Misionero. De allí que
tantos catecismos, predicadores, formulas, catequesis rumiante. De allí que
tantos micrófonos, antenas repetidoras, multiplicadores de consignas,
milagreros, organizadores de resentidos,
gerentes de la miseria humana no para salir de ella, superándola, sino para multiplicarla en epidemia. Y esta
cruzada no se limita a la esfera de lo nacional, sino que siguiendo con los
principios de la “revolución permanente” y el “internacionalismo proletario”
entre otros, tiene la obligación y cobra fuerza, el establecimiento de aliados complementarios,
ya no por condicionantes económicas de existencia simplemente, sino como socios
ideológicos y militares si fuera el caso.
lll
Por allí, pienso, se pueden mirar
algunas características del intento de la implantación del comunismo en
Venezuela y las trasformaciones y crisis que dentro de él ocurren sin dejar de
lado, por supuesto, las reacciones que en todo sentido puedan derivarse de este
nefasto proyecto y que incluyen, por la importancia geo estratégica de
Venezuela, todas las posibilidades imaginables incluyendo propias, extranjeras
y hasta extrañas por inéditas o extravagantes. Lo único que queda a la vista es
la unidad como necesidad vital, condición existencial de las fuerzas
democráticas. La política, otra vez y como nunca, es el barco de nuestro
destino.
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