Última hora: Un destacado personaje de las esferas de la sociedad venezolana, vinculado a un importante medio impreso de cobertura nacional, y a la izquierda venezolana, ha dejado "colar" una conversación que mantuvo con un alto funcionario -el cual no es identificado plenamente en la transcripción- la cual gira entorno a un presunto "plan conspirativo" para sacar del poder al Presidente de la República. Sin embargo, durante la conversación, que llegó a nuestra sala de redacción de manera anónima,se pueden leer nombres, lugares e incluso ofrecimientos que los presuntos conspiradores estarían haciendo con el fin de sumar fichas claves para esta nueva intentona golpista, planificada con detalle para el venidero 24 de enero. Sean ustedes quienes juzguen la autenticidad del material que transcribimos a continuación.
"Los conspiradores...
Hay tres
clases de conspiradores: el conspirador que conspira; el conspirador frustrado,
que no se mete en las conspiraciones pero vive deseando su triunfo; y el «presunto conspirador» (así lo llaman los boletines
oficiales), un pacifico ciudadano a quien llevan a la cárcel preventivamente
cada vez que es debelada una conspiración.
El único interesante,
a mi juicio, es el conspirador que
conspira. Se ´trata por lo general de un señor vestido de negro, padre de
familia, muy circunspecto, fumador de puros, con un diente de oro. Lo
encontramos en el hipódromo, en las cervecerías, en la misa de las once de San Francisco, en todas partes. Se
nos acerca, mirando preventivamente a diestra y siniestra, para decirnos a
media voz:
—Tenemos una
bolada segura para fines de mes. ¿Quieres entrar?
Usted,
soltero, cívico, epicúreo, le pregunta:
—¿Qué clase de
bolada? ¿Niñas decentes o de las otras?
Entonces el
conspirador lo mira severamente, cual si le reprochara un pecado mortal, y le
aclara:
—¡Qué niñas
vivas ni que niñas muertas! un alzamiento formidable es lo que tenemos entre
manos. Hemos hecho contacto con diecisiete estados de la República. No podemos
fallar.
—¡Caracoles! —exclama
usted palideciendo—. Pero eso de alzarse es muy peligroso. Además yo no soy
político, nunca me ha interesado la política.
El tipo se
empeña como un vendedor de seguros.
—¡Qué va a ser
peligroso! Esta gente está caída. Es como darle un palo a un borracho, amigo mío
piense usted en el porvenir, en el futuro de sus hijos. Le ofrecemos la aduana
de Guanta.
—Pero, señor —argumenta
usted a la defensiva—. Si yo no sé ni una papa de aduanas. Eso es una locura.
—Le voy a
explicar. El 24 de enero a las seis de la mañana nos alzamos simultáneamente en
todo el país.
Contamos con seis
cuarteles. Mientras tanto el General López invade por Coro con Rafael Simón y León
Jurado, o por Carupano con Luis Gerónimo Pietri, o por
Catia la Mar con Sayago. De repente
vuelan cinco aviones por encima de la Sabana del Blanco que es la señal de que
ya Betancourt se ponchó. Se constituye en el acto la Junta de Gobierno y usted
recibe su aduana. ¿Qué le parece el plan?
—¡Horrendo! –responde usted muy asustado— y no me siga dando más
detalles porque si me ponen un suiche en la nuca lo canto todo, yo me conozco.
Pero el hombre es irreductible:
—Ya tenemos ofrecido el reconocimiento de tres potencias Trujillo,
Franco y Perón. En cuanto a los Estados Unidos, al garantizarles el
fusilamiento del ministro Pérez Alfonzo y el libre incremento de las concesiones
petroleras no hay más que hablar. ¿Entra o no entra?
—Pues no entro de ninguna manera
Solamente entonces el tipo se aleja sin inmutarse a conciencia de que
hizo lo que pudo como el vendedor de seguros cuando le falla un probable
cliente, como el billetero que no logró colocar el número que le sobraba.
Reconozco que en otros tiempos me causaban cierta gracia los
conspiradores. Los sentía tan ligados a nuestro acervo histórico como los
corsés de señoras, el vals «Adiós a Ocumare» y las picardías de Antonio Locadio Guzmán.
Pero finalmente les tomé ojeriza cuando observé que mucha gente les creía a pie
juntillas. Se cierran los bares, no hacen operaciones los simpáticos corredores
de bolsa. Las muchachas se niegan a salir de noche con uno, todo por culpa de
la alarma que ellos siembran. Además, uno no puede escuchar el cándido
estallido de un neumático sin gritar aterrado:
—¡Ay,
mi madre! ¡Me rindo!
En el presente opino que es preciso adoptar medidas cívicas contra los conspiradores,
en defensa de la economía del país y de nuestro sistema nervioso. Organizar,
por ejemplo, sindicatos que le tiren trompetillas en las esquinas, tal como lo hacíamos
nosotros en nuestra infancia con «Chivo Negro» y «Cucarachero», personajes
populares e inocuos.
Por
lo demás, no hay que preocuparse. Si escudriñamos fondo la historia de este país, encontraremos
que el setenta y cinco por ciento de los conspiradores han sido espías del
gobierno.
Miguel
Otero Silva; 1947
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