José Ángel Borrego.- “Uno nace lleno de esperanzas…”
Escuchaba hoy el viejo tango (Uno)
y pensaba en Venezuela. La Venezuela que comencé realmente a conocer cuando
Pérez Jiménez fue derrocado y tomamos conciencia de que había algo que hasta el
momento desconocíamos: la política. En aquellos años de infancia y adolescencia
jamás escuchamos hablar de algún partido político y menos de sus líderes,
exiliados unos y asesinados muchos. Mi bautizo con ese devenir fue cursando
primer año en el Liceo Cajigal, convertida hoy su vieja sede en una biblioteca.
Y por haber participado de metiche en la elección del primer Centro de
Estudiantes post-dictadura, un maestro egresado de la Miguel Antonio Caro
(Fortunato Herrera) como cualquier scout de grandes ligas fue a reclutarnos
para invitarnos a participar en política. Teníamos 13 años a la sazón
y
aceptamos un carnet plástico de URD que nos introdujo a ese mundo tan complejo,
hasta la muerte de Alirio Ugarte Pelayo, comprobando temprano que la política
es canibalista. Pero interesados en ella, sin permitirnos mayor contacto en
especial con los partidos, transitamos todo el forcejeo enrevesado desde aquél
23 de enero de 1958 hasta la elección de 1998. 40 años observando cómo las
esperanzas de los más desposeídos fueron aprisionadas por la corrosión que hizo
de los partidos indolentes maquinarias de corrupción. Mucha gente hoy reprocha
que culpemos a los partidos y sus gerentes por el fracaso actual, pero de no
haberse gestado aquél estado de putrefacción, nunca habríamos padecido esta
ignominia de gobierno que juró asumir aquella esperanza perdida con la promesa
de redimirla y la ha convertido en añicos y en la burla imperdonable que
caracteriza el discurso presidencial desde hace 15 años. 15 años en los cuales
el viejo tango hace nuestra la letra de Enrique Santos, viendo sin entender que
uno está “Vacío ya de amar y de llorar tanta traición”.
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