Expediente Público.- José Ángel Borrego. Cuando se es demócrata y se lleva por
dentro el sentido de la justicia, para una persona decente no importa de donde
provenga políticamente un gobernante que sea también demócrata y decente. Se
forja uno ilusiones, más por amor al país que a nuestras propias vidas e
intereses, de personas que han actuado, hasta ayer, con algún sentido humano.
También tiene que hacernos reflexionar la actitud de otros hacia nosotros como
individualidades y como colectivos ciudadanos. Confieso que esperé de Maduro
una actitud que le permitiera recordar que alguna vez hubo un presidente
demócrata que amnistió a Hugo Chávez y a todos los militares involucrados en el
Golpe de Estado contra la institucionalidad democrática aquél aciago y cruento
4 de febrero que ahora la satrapía celebra como fecha patria. Que ese
presidente democrático y demócrata jamás ordenó investigar y mucho menos
perseguir a quienes junto a Chávez y su grupo alzado conspiraron para derrocar
a un presidente electo por el pueblo. Y que ni siquiera la fiscalía se avocó a
procesar a nadie por las muertes ocurridas para asignar responsabilidades entre
golpistas presos y golpistas libres como fue el caso de Nicolás Maduro que
participó activamente en aquella intentona. Hoy, ese mismo Nicolás Maduro (en
campaña electoral para elegirse presidente) ha defraudado el afecto que mucha
gente ajena al chavismo le profesaba, nosotros incluidos, porque hasta ayer lo
creímos buena persona. Jamás imaginamos que un compatriota nuestro albergara
tanto odio en el trozo de roca granítica que tiene incrustado del lado
izquierdo de su pecho donde debió ir colocado un corazón.
