Leandro Area.- Me declaro convicto y confeso de
un amor impagable por la Universidad Central de Venezuela, que convive con lo
que más atesoro de mi vida. Y es que le debo tanto que me siento culpable y
exigido a la vez por el mal que le hacen los que se creen victoriosos al quemar
un pupitre o pisotear con desmanes de pandilla uno de los pocos baluartes que
aún quedan de nuestra vitalidad democrática que se erige esquiva frente a las
ambiciones del pensamiento único y del control militar de todo lo civil
civilizado.
Corresponde esta tropelía a un
torvo plan fraguado desde el gobierno que antes de gatear ya se había propuesto
invadir y arrasar con los símbolos más profundos y prósperos del quehacer
ciudadano para así cercenar nuestra memoria colectiva mientras levantaban el
pudridero en el que se ha convertido la nación. Lo peor es que los ejecutores
de esas acciones “revolucionarias” no han sido importados de otras latitudes.