Anoche comentaba Kiko, bastante
molesto ante la alharaca formada por el video comprometedor de Juan Carlos
Caldera que el chavismo quería crucificar al justiciero sin mirarse en su
propio espejo. Esa no es la respuesta adecuada. Se supone que al asumirse una
posición para combatir la corrupción donde quiera que surja el tema no puede
medrar con dos raseros. El joven dirigente pifió y no es que lo llevemos a la
pira pero sí debe existir una condena moral muy estricta y ejemplarizante.
Extraña en el diputado Caldera, hombre de inteligencia proactiva que pudo haber
captado esos 40 mil simones de otra manera, sin comprometer su futuro político.
Incluso haciendo público el gesto de Ruperti que no lo perjudicaba a él. Porque
aunque los sinvergüenzas rojos que asaltan el erario público estén protegidos
por complicidad gubernamental, mañana habrán de pagar las consecuencias de su
latrocinio. Y aunque en este caso no exista tipicidad delictiva por la cual
imputar al señalado, la conciencia pública no puede exonerar sus cargos si de
verdad queremos construir un país mejor que los anteriores que hemos conocido.
La corrupción no tiene color pero además es imprescriptible. Y aunque el Presidente abjura retóricamente de
este germen, él sabe que su gobierno está terriblemente infectado y conoce a
los agentes que fecundan la patología.