En un pueblecito de Omaha (USA) los
familiares de un suicida llevaron a la Corte al médico del condado imputando
que el galeno lo dejó morir luego del esfuerzo que significó haberlo socorrido,
cuando, el ya occiso, había atentado contra su vida. El buen doctor, además el
único en muchas leguas a la redonda, alegó que en ese momento salvaba la vida
de un niño al que practicaba la sutura a una herida: “Y no voy a arriesgar la vida de un niño que quiere vivir para salvar
la vida de un idiota que quiere morir”. (Según el parte de prensa, palabras textuales del médico). Huelga casi decir que tanto el juez como el jurado
absolvieron al médico dándole la absoluta razón por su proceder. Ese capítulo
lo he rememorado todos los días desde el 8-10 (día siguiente a las elecciones)
hasta hoy cuando según una ONG que
evalúa las protestas estima que este ciclo de reclamos suma casi dos millones
de personas exigiendo respuestas del gobierno. Al tratarse de sectores
laborales oficiales, queda poca duda sobre el hecho de que sus votos fueron
para Chávez, lo que invalida sus pataleos y nos permite, de todo corazón,
apoyar y aplaudir al Presidente por no oírlos y mucho menos atender sus
planteamientos por legítimos que fueren. Como dice el viejo refrán “verdugo no pide clemencia”. Ustedes se
constituyeron en verdugos de sus propias penurias así que ahora frúnzanse. Si
hace falta, Presidente, cuente con mi presencia activa para defenderlo de estos
antisociales.
De la mesa de trabajo
del periodista
José Angel Borrego